En la entrada anterior manifestaba mis dudas sobre el futuro de la Unión Europea por algo tan simple
pero a la vez tan profundo como la pérdida de los valores -cristianos- desde
los que surgió. Y me refería entonces a la reconciliación y a la solidaridad.
Estos días hemos visto como la crisis del
coronavirus ha hecho saltar por los aires otra vez alguno de esos valores, han
vuelto a aparecer no solo las fronteras de la Unión sino las fronteras en la Unión, y la imposibilidad de dar
una respuesta unitaria y solidaria al problema.
Pero hoy deseo referirme a otro valor cuya pérdida
está causando unos estragos que -sin querer ser alarmista- considero mayores
que los de una pandemia. Me refiero al valor de la verdad.
En la asignatura de Filosofía en Bachiller estudié
que verdad es la “adecuación entre el entendimiento y la realidad”.
Si acudimos al Diccionario de la RAE, actualización
de 2019, las tres primeras acepciones de verdad son:
1. f. Conformidad de las cosas con el concepto que
de ellas forma la mente.
2. f. Conformidad de lo que se dice con lo que se
siente o se piensa.
3. f. Propiedad que tiene una cosa de mantenerse
siempre la misma sin mutación alguna
Me parece que cualquiera de las anteriores acepciones
nos sirve para darnos cuenta de que vivimos en una sociedad que ha perdido este
valor, y quizá de manera más profunda y evidente la sociedad española.
¿Hace falta recordar cómo surgió nuestro actual
gobierno de coalición: de un preacuerdo firmado 48 horas después de las
elecciones, y tan solo una semana después de anunciar su Presidente lo
contrario ante millones de españoles y en horario de máxima audiencia? ¿O la
devaluación de las Tesis Doctorales, los Masters e incluso los títulos
universitarios cuando son “salpicados” por la mentira? Confío que cuando se
publiquen estas letras hayamos podido contener la famosa “curva” del
coronavirus, pero cuanta mentira también en su tratamiento y gestión durante
las últimas semanas.
Hace ya bastantes años trabajé unos meses como
directivo para una empresa de un país con una cultura completamente distinta a
la nuestra. Pude darme cuenta entonces de lo que significa carecer
culturalmente del valor de la verdad. A pesar de unas condiciones salariales y
profesionales muy favorables, me marché a los seis meses.
Sólo quien lo haya experimentado “en sus carnes” puede
entender lo que significa no poderte fiar ni de tu jefe, ni del propio dueño de
la empresa para la que trabajas, porque “sencillamente” la verdad y la mentira
no se distinguen y para ellos tienen el mismo valor.
Cuando eso ocurre, es imposible entender la
sociedad como nosotros la entendemos. Porque del valor de la verdad se derivan
todos los demás, algunos tan esenciales como la vida, la libertad, el
pluralismo, la tolerancia o la misma democracia.
No soy experto en la materia, y desconozco si -como
se ha comentado en las redes sociales- el coronavirus es consecuencia de haber
“jugado” inadecuadamente, inconscientemente o por motivos de investigación con
algún microorganismo (las “fake news”: otro signo de nuestra sociedad).
Pero considero una pandemia mucho peor que el
COVID-19 la pérdida del valor de la verdad en la sociedad.
De manera natural la persona sabe que mentir está
mal. Eso no quiere decir que no mintamos. Pero cuando los que tienen la
responsabilidad de ser ejemplares en la sociedad, lo que destilan es un
desprecio activo de la verdad, estamos ante una pandemia de la que ningún
“Sistema Sanitario” nos puede defender: estaríamos perdidos.
Y con eso no deberíamos “jugar”.
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