En dos entradas anteriores referidas al proyecto europeo, y en concreto a sus orígenes y al Brexit he defendido que uno de los grandes problemas a que se enfrenta Europa actualmente
es la falta de verdaderos líderes.
Y si eso pasa en Europa, y -en mi opinión- en todo
el mundo occidental, me parece que España ocupa un lugar de honor en esta
triste clasificación.
No deseo que estas letras se puedan interpretar
como una crítica oportunista al Gobierno en estos difíciles momentos; ni como
un breve ensayo sobre liderazgo, tema sobre el que he estudiado pero del que no
soy experto.
Pero sí me gustaría poner de manifiesto algunos
aspectos que me parecen una falta de respeto por parte del Presidente de
nuestro Gobierno a la inteligencia de cualquier ciudadano de nuestro país.
Respeto que debería tener entre otros
motivos por ser su principal servidor.
(quizá esto pueda ser motivo de otro artículo: la
política, o es servicio a los demás y no al propio interés y beneficio, o no es
verdadera política).
El caso es que entre las cualidades básicas que
deben adornar a un auténtico líder me gustaría destacar hoy la humildad. Una
virtud (o sea, un hábito operativo) que no es más que reconocer la verdad: ninguno
–ni el líder- somos perfectos, sino más bien todo lo contrario.
Por eso desde grandes pensadores como Sócrates o
Descartes, hasta personajes históricos como Gahdhi o Churchill, escritores
españoles como Cervantes, Pérez Galdós o Unamuno, o extranjeros como Shakespeare,
Hemingway o Ruskin, han dejado preciosas referencias sobre el valor de esta cualidad.
Y todos ellos además han sido de una manera u otra auténticos líderes de la
civilización, influyendo en su desarrollo.
La humildad de un buen líder se manifiesta todos
los días y en mil detalles, pero quisiera destacar dos:
* El líder reconoce sus equivocaciones.
Es bien
conocida la afirmación de Churchill: con su humor británico decía que “a lo largo de mi vida, a menudo me he tenido
que comer mis palabras, y debo confesar que siempre lo he encontrado una dieta
sana”.
* El líder no tiene miedo de rodearse de personas
más preparadas que él para dirigir distintas áreas. Es más, procura hacerlo en
su afán de sacar adelante el proyecto que dirige.
Por eso qué triste resulta el ridículo empecinamiento
de decir que respecto al Covid-19 todo se ha hecho bien, que se volverían a
hacer exactamente las mismas cosas, que no ha habido equivocaciones, o intentar
derivar éstas hacia la OMS, la Unión Europea, las CCAA, o el contrincante
político… mientras nos acompaña la machacona realidad de ser el país del mundo
con más muertos (¡compatriotas con nombres y apellidos!) por millón de
habitantes.
Y qué pena también que para hacer frente a esta
situación, ese “líder” se rodee de un maestro de escuela con una experiencia
profesional que no llegó a un curso completo, un filósofo que se convirtió en
alcalde desde los 29 años, y dos Magistrados que –quizá por su sectarismo- no
saben siquiera distinguir un estado de alarma de uno de excepción (BOE-A-1981-12774)
El pasado Jueves Santo, desde la tribuna del
Congreso de los Diputados, y en un contexto que me parece que no es para hacer
bromas, ese líder sonriendo y volviendo a despreciar a la oposición, decía que
“a toro pasado todos son Manolete”.
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