Liderando el futuro (y IV)

23 de julio de 2020

Manifestaba en la entrada anterior mi intención de no alargar esta serie comentando el decálogo de conclusiones de la cumbre organizada por la CEOE “Empresas españolas: liderando el futuro” sobre la reconstrucción. Aunque pienso que las diez recomendaciones son esenciales, y las autoridades y agentes sociales deberían reflexionar sobre cada una de ellas para superar la crisis en la que ya estamos inmersos, y que se manifestará con más fuerza aún tras el periodo estival. Pero quizá no sería “periodístico” hacerlo…

El caso es que después de hablar de la necesidad de la colaboración público-privada, los empresarios dedican tres conclusiones a temas que podríamos denominar más marcadamente “empresariales”.


6.- Conservar el tejido productivo a través de medidas que están funcionando, como los ERTEs o las líneas de avales públicos, adaptándolas y acompasándolas a la evolución de la actividad económica de cada sector.

7.- Reindustrialización para generar un empleo de calidad y mejor remunerado. El objetivo debe ser alcanzar un peso del 20% sobre el PIB. Aquellos territorios que superan este porcentaje son los que también presentan menores niveles de desempleo.

8.- Innovación y digitalización del tejido productivo, sobre todo de las pequeñas y medianas empresas y de la Administración pública.

A diferencia de de lo que ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno, en España decidir ser empresario supone casi iniciar una carrera de obstáculos “contra” la Administración: la “procesión” inicial por todas las ventanillas imaginables, la tomadura de pelo que supone en muchas ocasiones la financiación ofrecida por la caterva de entidades e instituciones públicas estatales y autonómicas que cuestan más de lo que aportan al tejido empresarial e industrial, las continuas zancadillas puestas por una legislación fiscal y laboral continuamente cambiantes y en ocasiones casi confiscatorias… Como si el empresario fuera el enemigo a batir.

Y tendría que ser al contrario: el apoyo a las empresas es esencial si aspiramos a tener un país que juegue un papel importante en Europa, y con un futuro de bienestar y empleo. Y para eso las autoridades deberían escuchar y apoyar a los empresarios: sentarse sin demora a diseñar y construir juntos un escenario que fomente la inversión y el emprendimiento, y no que invite a la fuga de capitales y a la deslocalización de nuestras empresas.

Deberíamos aspirar a ser algo que más un país de “turismo y bares” (aunque también en este sector tengamos magníficos empresarios). Es evidente que nuestra historia, cultura, gastronomía y clima suponen un activo importante que nos sitúa en una posición privilegiada para el desarrollo de ese sector, y habrá que estudiar también formas de desarrollarlo y de mejorarlo: apostando por un turismo de calidad y respetuoso con el entorno, buscando estrategias para desestacionalizarlo, etc.

Pero en los tres puntos mencionados, los empresarios están poniendo el dedo en el tejido productivo: la industria, y la innovación.

La industria –y no digamos la inversión en I+D+i- requiere en muchas ocasiones de inversiones a más largo plazo, que exigen seguridad jurídica y estabilidad política. Y llevamos ya muchas décadas –demasiadas- en las que la industria pierde peso en el conjunto de nuestro PIB, siendo sustituida por el sector servicios y por el turismo. Sectores también importantes –insisto-, pero que muchas veces generan un empleo más precario y de menor “robustez” que el generado por el sector industrial.

¡Y no es verdad que la crisis de la industria en España se deba a que China se ha convertido en la fábrica del mundo! Grandes industrias que decidieron marcharse de nuestro país (plantas de automoción, industria química, etc.) no sólo se “trasladaron” a China; también a países de nuestro entorno como Polonia, República Checa o Rumanía. Y en países tan avanzados como Alemania o Suecia el peso de sus industrias en el PIB también es muy superior al nuestro.

Repito: ¡no es verdad! que las fábricas se vayan a China porque allí los sueldos son muy bajos. Lo que deberíamos plantearnos –y una gran crisis como la actual supone también una gran oportunidad- es qué hacer para atraer esas inversiones que seguimos perdiendo, y que ahora se van a otros países de Europa (¿por qué, por ejemplo, la implantación de todas las grandes tecnológicas americanas en Irlanda?).

Y algunas de las soluciones quedan ya apuntadas entre líneas: “adelgazamiento” y quizá supresión de muchas estructuras políticas y administrativas que en ocasiones hasta generan duplicidades, simplificación de los procedimientos administrativos (¡que estamos en el siglo XXI y existen los ordenadores!), profunda revisión de la legislación fiscal y laboral, colaboración público-privada de la que hablaba en el artículo anterior, etc.

Y vuelvo a poner el enlace al decálogo de conclusiones que he comentado, porque al final los empresarios hacen también referencia a la necesidad de “contar más con Europa”. Pero claro, como también dicen: “Esa apuesta implica responsabilidad por nuestra parte, en términos de generación de confianza y rigor presupuestario”.

Escribo estas letras precisamente el día que comienza el Consejo Europeo que debe decidir -como tema estrella- sobre el Fondo de Recuperación, y después de la gira de nuestro Presidente por distintos países en busca de apoyos para la postura de “los países del Sur”.

Cuando se publiquen estas líneas ya se conocerán los acuerdos, o quizá la necesidad de una nueva reunión porque no se haya alcanzado ninguna conclusión.

El caso es que “apostar por Europa” me parece que es apostar por unos planteamientos distintos a los que actualmente tienen nuestros gobernantes. Es muy triste que la crisis nos vaya a golpear más a nosotros que a otros países de nuestro entorno, pero será así por nuestra exclusiva responsabilidad: por unas políticas económicas erróneas.

Y ser más Europa es recibir los fondos que seguro que nos llegarán, no para dilapidarlos en subvenciones y en políticas ideológicas, sino para reconstruir los sectores productivos. Y para -de una vez por todas- hacer las reformas necesarias que nos conviertan en un país de vanguardia. Contamos con elementos suficientes, el principal los españoles.

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