Manifestaba en la entrada anterior mi intención de
no alargar esta serie comentando el decálogo
de conclusiones de la cumbre
organizada por la CEOE “Empresas
españolas: liderando el futuro” sobre la reconstrucción. Aunque pienso que las
diez recomendaciones son esenciales, y las autoridades y agentes sociales deberían
reflexionar sobre cada una de ellas para superar la crisis en la que ya estamos
inmersos, y que se manifestará con más fuerza aún tras el periodo estival. Pero
quizá no sería “periodístico” hacerlo…
El caso es que después de hablar de la necesidad de la colaboración público-privada,
los empresarios dedican tres conclusiones a temas que podríamos denominar más marcadamente
“empresariales”.
6.-
Conservar el tejido productivo a
través de medidas que están funcionando, como los ERTEs o las líneas de avales
públicos, adaptándolas y acompasándolas a la evolución de la actividad
económica de cada sector.
7.-
Reindustrialización para generar un
empleo de calidad y mejor remunerado. El objetivo debe ser alcanzar un peso del
20% sobre el PIB. Aquellos territorios que superan este porcentaje son los que
también presentan menores niveles de desempleo.
8.-
Innovación y digitalización del tejido
productivo, sobre todo de las pequeñas y medianas empresas y de la
Administración pública.
A diferencia
de de lo que ocurre en la mayoría de países de nuestro entorno, en España decidir
ser empresario supone casi iniciar una carrera de obstáculos “contra” la
Administración: la “procesión” inicial por todas las ventanillas imaginables,
la tomadura de pelo que supone en muchas ocasiones la financiación ofrecida por
la caterva de entidades e instituciones públicas estatales y autonómicas que
cuestan más de lo que aportan al tejido empresarial e industrial, las continuas
zancadillas puestas por una legislación fiscal y laboral continuamente
cambiantes y en ocasiones casi confiscatorias… Como si el empresario fuera el
enemigo a batir.
Y tendría que ser al contrario: el apoyo a las
empresas es esencial si aspiramos a tener un país que juegue un papel
importante en Europa, y con un futuro de bienestar y empleo. Y para eso las
autoridades deberían escuchar y apoyar a los empresarios: sentarse sin demora a
diseñar y construir juntos un escenario que fomente la inversión y el
emprendimiento, y no que invite a la fuga de capitales y a la deslocalización
de nuestras empresas.
Deberíamos aspirar a ser algo que más un país de “turismo
y bares” (aunque también en este sector tengamos magníficos empresarios). Es
evidente que nuestra historia, cultura, gastronomía y clima suponen un activo
importante que nos sitúa en una posición privilegiada para el desarrollo de ese
sector, y habrá que estudiar también formas de desarrollarlo y de mejorarlo:
apostando por un turismo de calidad y respetuoso con el entorno, buscando
estrategias para desestacionalizarlo, etc.
Pero en los tres puntos mencionados, los
empresarios están poniendo el dedo en el tejido productivo: la industria, y la
innovación.
La industria –y no digamos la inversión en I+D+i- requiere
en muchas ocasiones de inversiones a más largo plazo, que exigen seguridad
jurídica y estabilidad política. Y llevamos ya muchas décadas –demasiadas- en
las que la industria pierde peso en el conjunto de nuestro PIB, siendo sustituida
por el sector servicios y por el turismo. Sectores también importantes
–insisto-, pero que muchas veces generan un empleo más precario y de menor “robustez”
que el generado por el sector industrial.
¡Y no es verdad que la crisis de la industria en
España se deba a que China se ha convertido en la fábrica del mundo! Grandes
industrias que decidieron marcharse de nuestro país (plantas de automoción,
industria química, etc.) no sólo se “trasladaron” a China; también a países de
nuestro entorno como Polonia, República Checa o Rumanía. Y en países tan
avanzados como Alemania o Suecia el peso de sus industrias en el PIB también es
muy superior al nuestro.
Repito: ¡no es verdad! que las fábricas se vayan a
China porque allí los sueldos son muy bajos. Lo que deberíamos plantearnos –y
una gran crisis como la actual supone también una gran oportunidad- es qué
hacer para atraer esas inversiones que seguimos perdiendo, y que ahora se van a
otros países de Europa (¿por qué, por ejemplo, la implantación de todas las
grandes tecnológicas americanas en Irlanda?).
Y algunas de las soluciones quedan ya apuntadas
entre líneas: “adelgazamiento” y quizá supresión de muchas estructuras
políticas y administrativas que en ocasiones hasta generan duplicidades, simplificación
de los procedimientos administrativos (¡que estamos en el siglo XXI y existen
los ordenadores!), profunda revisión de la legislación fiscal y laboral, colaboración público-privada de la que
hablaba en el artículo anterior, etc.
Y vuelvo a poner el enlace al decálogo de conclusiones que he comentado, porque al final los empresarios hacen también referencia a la
necesidad de “contar más con Europa”.
Pero claro, como también dicen: “Esa apuesta implica responsabilidad por nuestra
parte, en términos de generación de confianza y rigor presupuestario”.
Escribo estas letras precisamente el día que
comienza el Consejo Europeo que debe decidir -como tema estrella- sobre el Fondo
de Recuperación, y después de la gira de nuestro Presidente por distintos
países en busca de apoyos para la postura de “los países del Sur”.
Cuando se publiquen estas líneas ya se conocerán
los acuerdos, o quizá la necesidad de una nueva reunión porque no se haya
alcanzado ninguna conclusión.
El caso es que “apostar por Europa” me parece que
es apostar por unos planteamientos distintos a los que actualmente tienen
nuestros gobernantes. Es muy triste que la crisis nos vaya a golpear más a
nosotros que a otros países de nuestro entorno, pero será así por nuestra
exclusiva responsabilidad: por unas políticas económicas erróneas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario